Yo, señor, no soy malo... Sólo soy un tonto necio que no hace otra cosa más que discutir con mi mujer. Sólo soy un borracho que no sabe qué hacer cuando la falta de dinero me impide comprar la dosis diaria de alcohol... Sentir cómo la galena rasga mi garganta y cae a plomo en mi estómago ulcerado apacigua mis nervios, mis manos dejan de temblar, hace que el odio que siento por esta existencia insana en la que se ha convertido mi vida se vuelva algo más placentera. Por escasos minutos. Sí, lo reconozco; soy consciente de ello. Y lo soy ahora que estoy sobrio.
Pero cuando mi mente vaga por la inmundicia de los recuerdos pasados me vuelvo loco, se atenaza mi razón, provocándome una poderosa sensación de vacío y desasosiego.
Pero cuando mi mente vaga por la inmundicia de los recuerdos pasados me vuelvo loco, se atenaza mi razón, provocándome una poderosa sensación de vacío y desasosiego.
Sólo tengo ganas de llorar. Y de beber; sobre todo de beber. Y para nada tener que soportar las palabras cariñosas de mi mujer instándome a permanecer sobrio. Cuando por fin le pego una bofetada, con todo el dolor de mi corazón, y la obligo a callar, no me queda otra que recurrir a una buena copa de vino. Su aroma dulzón y su exquisito paladar, ahoga mis penas y mitiga mis culpas.
Amo a Sara; le amo desde que hace veintisiete años la vi por primera vez en la panadería. Pero más amo una buena copa de vino.
Lo siento, amor mío. Has sido relegada a un segundo plano. El vino tiene todo el poder de seducción que tú ya has perdido.
© Ana Belén Moreno Mena.
© Jose Antonio Moreno Mena.
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