Las manos de uno de los hombres se posaban en la garganta de K. Agotados
todos los argumentos, había desenfundado la pistola. Apuntó con determinación
la cabeza de la mujer, mientras sus manos correosas le apretaban el cuello,
apagando su respiración.
Damien se sentó en el borde del desvencijado colchón, obligado
por otro matón, y los hierros de la cama chirriaron como hienas ante su
delgadez. Le escocían las heridas y la bilis le subió a la garganta. Vomitó
sangre mezclada con sus propios fluidos cuando recibió otro golpe. Se le cerró
la garganta al ver a Katherine, su mujer, atemorizada. Nada podía hacer por
ella, salvo rezar en silencio.
La calle parecía silenciosa bajo un cielo color tinta. Los
últimos rayos de sol se ocultaban por el horizonte creando una atmósfera teñida
de gris, justo cuando la bala entraba por la sien de Kath, dejándola muerta
sobre el frío mármol y a Damien, agonizando por no haber facilitado la
información requerida a tiempo.
© Ana Belén Moreno Mena.
© Jose Antonio Moreno Mena.
© Ana Belén Moreno Mena.
© Jose Antonio Moreno Mena.
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