jueves, 12 de septiembre de 2013

PIEL CANELA

El delicado hilo egipcio de las sabanas guardaba aún su calor y la esencia a melocotón de su perfume. Sergio del Río recorrió con dedos temblorosos la silueta que se recortaba sobre el colchón, recordando el peso del cuerpo de Marta. Entreabrió los ojos ligeramente en dos delgadas líneas intentando adaptarlos a la luz de las velas que, cadenciosas, titilaban y emitían su reflejo sobre los espejados mosaicos de las paredes del dormitorio. El fuego crepitaba en la chimenea caldeando el ambiente y su ya de por sí acalorada anatomía. Las yemas de sus dedos recorrieron las curvas de sus pectorales y sintió como se le erizaba la piel de la nuca al recordar las uñas de Marta deslizándose por cada uno de sus pliegues en un pícaro jueguecito que los había mantenido entretenidos durante varias horas a lo largo de la pasada noche.

Noviembre había hecho su entrada esa misma mañana bajo un manto de agua tormentosa. La incesante lluvia había golpeado los cristales de la ventana en un estruendoso repiqueteo que había acompañado al vals de sus refinados movimientos en un ritmo perfecto mientras se acoplaba como la pieza de un puzle a las sensuales, turgentes y voluptuosas curvas de Marta, la hembra de piel canela y cabello dorado como la miel de la que se había enamorado siete meses atrás. Sergio se sentía embriagado de amor por ella y anhelaba su cuerpo y su pelo, sus piernas, sus pechos y todos sus huesos lo más cerca posible de su piel. Pero la mulata de curvilíneas caderas y pechos prominentes se había marchado hacía unos segundos, dejándole vacío después de la acalorada discusión mantenida tras una prolongada ración de buen sexo; exquisito, más bien.

La sábana sensualmente rozando su entrepierna desnuda le provocó una corriente eléctrica en el cuerpo, que ya hervía de deseo, justo en el preciso instante en el que ella abrió de nuevo la puerta del dormitorio, cariacontecida. Las esmeraldas de sus ojos le observaron resplandecientes, suplicándoles el perdón que el negro azabache de la mirada de él no pudo obviar conceder. Sergio se acercó a ella, temblando de excitación, y la envolvió con sus enormes brazos, duros como el acero, mientras ella se encajaba en él, en la posición correcta. Cuando sus bocas hambrientas se encontraron en un profundo y cálido beso y la lengua de él penetró en la cueva honda y profunda de la de ella, enredándose con su lengua en una danza sensual, la mulata de piel canela no notó que las rodillas le flojeaban, absorbida en la vorágine de sensaciones. Sergio la elevó varios palmos sobre el suelo, y poco a poco, la posó sobre la sábana enredada, preparándose para un nuevo encuentro… Si en algo le gustaba a él enfadarse con ella, no era más que por disfrutar de la reconciliación. Pero aquello tenía que terminar, o acabarían haciéndose daño. Mucho daño…
                                                                  
 © Ana Belén Moreno Mena.
 © Jose Antonio Moreno Mena.

1 comentario:

  1. Cada momento de nuestra vida,puede ser el principio de un gran suceso.
    Es precioso todo lo que escribes, porque lo escribes con esa sensibilidad, que te caracteriza.

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