El delicado hilo egipcio de las sabanas guardaba aún su calor y la esencia a
melocotón de su perfume. Sergio del Río recorrió con dedos temblorosos la
silueta que se recortaba sobre el colchón, recordando el peso del cuerpo de
Marta. Entreabrió los ojos ligeramente en dos delgadas líneas intentando
adaptarlos a la luz de las velas que, cadenciosas, titilaban y emitían su
reflejo sobre los espejados mosaicos de las paredes del dormitorio. El fuego
crepitaba en la chimenea caldeando el ambiente y su ya de por sí acalorada
anatomía. Las yemas de sus dedos recorrieron las curvas de sus pectorales y
sintió como se le erizaba la piel de la nuca al recordar las uñas de Marta
deslizándose por cada uno de sus pliegues en un pícaro jueguecito que los había
mantenido entretenidos durante varias horas a lo largo de la pasada noche.
Noviembre
había hecho su entrada esa misma mañana bajo un manto de agua tormentosa. La
incesante lluvia había golpeado los cristales de la ventana en un estruendoso
repiqueteo que había acompañado al vals de sus refinados movimientos en un
ritmo perfecto mientras se acoplaba como la pieza de un puzle a las sensuales,
turgentes y voluptuosas curvas de Marta, la hembra de piel canela y cabello
dorado como la miel de la que se había enamorado siete meses atrás. Sergio se
sentía embriagado de amor por ella y anhelaba su cuerpo y su pelo, sus piernas,
sus pechos y todos sus huesos lo más cerca posible de su piel. Pero la mulata
de curvilíneas caderas y pechos prominentes se había marchado hacía unos
segundos, dejándole vacío después de la acalorada discusión mantenida tras una
prolongada ración de buen sexo; exquisito, más bien.
La
sábana sensualmente rozando su entrepierna desnuda le provocó una corriente
eléctrica en el cuerpo, que ya hervía de deseo, justo en el preciso instante en
el que ella abrió de nuevo la puerta del dormitorio, cariacontecida. Las
esmeraldas de sus ojos le observaron resplandecientes, suplicándoles el perdón
que el negro azabache de la mirada de él no pudo obviar conceder. Sergio se
acercó a ella, temblando de excitación, y la envolvió con sus enormes brazos,
duros como el acero, mientras ella se encajaba en él, en la posición correcta. Cuando
sus bocas hambrientas se encontraron en un profundo y cálido beso y la lengua
de él penetró en la cueva honda y profunda de la de ella, enredándose con su
lengua en una danza sensual, la mulata de piel canela no notó que las rodillas
le flojeaban, absorbida en la vorágine de sensaciones. Sergio la elevó varios
palmos sobre el suelo, y poco a poco, la posó sobre la sábana enredada,
preparándose para un nuevo encuentro… Si en algo le gustaba a él enfadarse con
ella, no era más que por disfrutar de la reconciliación. Pero aquello tenía que
terminar, o acabarían haciéndose daño. Mucho daño…
© Jose Antonio Moreno Mena.
Cada momento de nuestra vida,puede ser el principio de un gran suceso.
ResponderEliminarEs precioso todo lo que escribes, porque lo escribes con esa sensibilidad, que te caracteriza.